Érase una vez...

Una mujer de mediana edad comenzando la perimenopausia, con todo el cuadro hormonal y emocional que ello puede significar. Sí, la persona de la foto era yo, cansada, adolorida, triste... Con una decepción que no me cabía en el cuerpo!

No entendía por qué, justo a mí, me había tocado la genética del tipo "hasta el agua me hace engordar"! Cuántos esfuerzos vanos, cuantas recetas locas, cuantos experimentos sin sentido con la finalidad única de perder todo ese, tan agobiante peso.

En esa foto tenía 45 años. No son pocos pero tampoco eran demasiados. 45 años de luchas, momentos felices teñidos de amargura donde el pensamiento recurrente era: cuando sea flaca voy a poder...(completa la frase con tu propia trampa), seguida de: mañana me pongo seria!.

Ya no sé cuántas veces desocupé la nevera, limpié la despensa, regalando todos los alimentos no incluidos en la nueva dieta que estaba a punto de comenzar.

Con tristeza puedo decir que las hice absolutamente todas, y nada dio resultado más allá de un par de semanas. Los gramos que veía irse luego de un agotador sacrificio, los sentía regresar con compañía poco tiempo después. Así, año tras año.

Llegué al punto de un intento de reducción de estómago, pero, con la suerte que me acompaña, algo fue mal por el camino y tampoco funcionó. La realidad es que me tocó aprender a comer desde cero!

Continuará...

 

Sin medida ni razón...

¡No sé lo que no sé!

Sí, así como la canción, durante muchos años viví sin “medida ni razón para comer”.
Comía por ansiedad, por rutina, por emociones… pero rara vez por la verdadera necesidad de nutrir mi cuerpo. Nunca me había detenido a pensar en la importancia de una alimentación consciente ni en el valor del autocuidado.

No me culpo por no saberlo. Muchas veces, nuestra forma de comer está conectada a historias, emociones y vacíos que van mucho más allá de la biología. Yo tampoco conocía mi historia, ni sabía quién era o qué necesitaba realmente. Me costaba encontrar dirección y lo único que hacía perfectamente era ceder a los impulsos y a ese hambre constante, que no siempre era de comida.

Si te cuento esto es porque sé que muchas mujeres reales de más de 40, como tú y como yo, hemos pasado noches planeando el “gran comienzo”, tomando fotos del antes, prometiendo que “mañana empiezo mi nueva vida”. ¡Cuánto amor propio e inocencia había en esos intentos! Pero también, cuánta frustración cuando los resultados no llegaban.

Con el tiempo, después de intentos fallidos y mucha autoexploración, descubrí que no se trata de planificar un mes entero perfecto, sino de enfocarme en dar un solo paso cada día. De transformar los grandes retos en pequeños avances. De comprometerme solo por hoy, sin presión, sin culpa, solo eligiendo cuidar de mí misma.

Así nació mi propia fórmula de bienestar: una acción a la vez. Mi meta dejó de ser la perfección y se convirtió en fidelidad a mí misma, en poner mi salud y autoestima en el centro, en celebrar cada pequeño logro.

Lo que un día fue apenas un susurro dentro de mí, hoy es una voz firme: “hoy puedo elegir diferente”. Y esa elección diaria me ha traído la transformación personal que tanto soñé.

Hoy quiero compartirte mi historia porque tu historia también importa. Porque sé lo que es sentir que cuesta empezar, pero también sé lo que se siente dar el primer paso hacia una vida más saludable, más feliz y auténtica.

Si has leído hasta aquí, GRACIAS por permitirte recibir este mensaje de cambio, amor propio y salud integral.
🌷 ¿Te sentiste identificada? Cuéntame en los comentarios o guarda este post como tu primer paso hacia tu mejor versión. ¡Juntas podemos lograrlo!

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